Ese título asomó en el panorama del cine norteamericano de los años setenta como una película para ser experimentada más que explicada. Y había ya en ella una predilección por lo monstruoso y terrible que se repetiría con más fundamento histórico en El hombre elefante.
A esas alturas, Lynch pudo llamar lo bastante la atención de la industria como para que el magnate Dino de Laurentis le ofreciera la dirección de uno de sus proyectos más ambiciosos: la traslación a la pantalla de Dune, la primera de las varias novelas de la serie galáctica del escritor Frank Herbert. Su fracaso, crítico y comercial, no le impidió volver con Terciopelo azul (1987), mezcla de cine negro con elementos fantásticos acerca del blanco virginal y el azul furibundo, de dos muchachas, los horrendos secretos de un pueblo chico, el Bien y el Mal. Esos temas se repetirían con variantes en sus films siguientes (Corazón salvaje, Carretera perdida, El camino de los sueños) y en la serie de televisión que cambiaría el concepto de todo el género: Picos Gemelos (Twin Peaks), que tuvo una prolongación en la pantalla grande.
En todos ellos Lynch insistiría con los climas enrarecidos, las metáforas infernales, la lógica del sueño o la pesadilla. La excepción es Una historia sencilla, el menos lynchiano de los films de Lynch, un relato lineal y cálido donde brilla el mismo dominio del medio cinematográfico que se aprecia en los otros y que retomaría en El camino de los sueños y, especialmente, en la enigmática Imperio.