Jamás se había conocido algo así, era una nueva experiencia en estas tierras pacíficas. Luego, supimos que fuimos invadidos, pero no, por quienes. Alguien lo afirmaba. La confusión era absoluta, un reino del caos, una constante interrogación. Se sobrevivía, apenas, si se tenía suerte. O tal vez, por desgracia.
Algunos medios de comunicación funcionaban de a ratos y mediante ellos recibíamos noticias e instrucciones, que, por otra parte, eran cada vez más escasas e ininteligibles.
Debíamos dormir por turnos y durante el día. Las noches, según decían, eran más seguras. Nadie se atrevía a cerciorarse por sí mismo. Acatábamos ciegamente con la esperanza de que todo aquello terminara pronto.
La obtención de alimentos era azarosa, a veces, no había nada disponible y de pronto, donde ya habíamos buscado, aparecía una lata o un paquete maltrecho. Creíamos que, tal vez, alguien lanzaba desde un lugar desconocido el vital material.
De todos modos, las suposiciones no eran nuestra preocupación fundamental. La creciente ausencia de contactos humanos —que jamás habían sido personales—comenzaba a alterar nuestras susceptibilidades.
Éramos cinco en la casa, sin nada más que hacer, que dormir y aguardar la noche. En todas las excursiones teníamos la sensación de una presencia a nuestro alrededor, pero no conseguíamos comprobarlo, por más astutos que nos pusiésemos. Terminamos dándonos por vencidos y olvidando, también, esa esperanza.
Las estaciones avanzaban, el benigno y, en ocasiones, extenuante calor dejaba paso a un frío gélido que no conocimos antes. Quizás, era nuestra percepción distorsionada por la fatiga, la paranoia y la escasez de todos los recursos de los que algún día disfrutáramos. Comenzábamos a comprender el sentimiento de, último de la especie. Nos volvíamos más dependientes y posesivos hasta el extremo.
El futuro no existía, en el mejor de los casos, estaba de vacaciones. Nos conformábamos con subsistir. Llegó el tiempo en que se nos fueron borrando las fronteras sociales y entonces, nos comportábamos arbitrariamente, siguiendo nuestros instintos o caprichos, o quién sabe.
Las relaciones dentro de la familia se oscurecían y desdibujaban. La total hermeticidad en la que nos movíamos, obstruía nuestros pensamientos. Obteníamos alimento apenas suficiente, el descanso era contaminado por toda clase de situaciones inverosímiles, provocadas por la incoherencia de nuestras vidas. Simplemente, estábamos allí. Vivos, sí, pero sin saber lo que ocurría con el mundo conocido, sin certezas, sin un punto de referencia al cual aferrarnos.
El tiempo transcurría sin nuestro conocimiento. Nos tornábamos más bestias y menos humanos a cada instante, y ni siquiera lo notábamos, tan incapaces nos volvíamos.
Durante lo que, para nosotros, era la noche (que antiguamente conociéramos como el día), tuvo lugar el incidente. ¡Ojalá hubiese sido solo eso! Parecía un simple accidente de Morfeo, ocurrió durante la guardia de Mario.
Mario no era confiable, pero todos debíamos desempeñar las tareas asignadas.
Los gritos de Nina nos despertaron, algo la había mordido. Pudimos comprobar, sin poseer mucho entrenamiento, que era un, algo, humano. De inmediato cambió el ambiente. La tensión era tan intensa que costaba tragar la propia saliva. Fue la última noche de reposo que tuvimos. De allí en más, permanecimos en una vigilia perpetua que solo era infringida cuando el cuerpo perdía totalmente su resistencia. Todo rastro de convivencia humana había desaparecido, finalmente.
A pesar de que seguíamos siendo cinco, estábamos completamente aislados, cada uno en su mundo de desconfianza y temor, colaborando en lo que redundara en beneficio propio y nada más.
El tiempo, que había perdido significación, reinstauraba un nuevo reinado despótico e implacable. El silencio tomaba proporciones totalitarias.
Las excursiones al exterior resultaban pavorosas y desgastantes, terminaron por espaciarse al máximo. Convertidos, prácticamente, en enajenados, éramos, y solamente eso.
Pasó más tiempo —una cantidad imprecisa— cuando nos despertamos, todos juntos por primera vez desde la mordida. Nina, o lo que quedaba de ella, yacía en un sofá.
Golpeamos a Mario. No hay explicación para lo que hicimos, pero ocurrió. Lo dejamos malherido, a nadie le importó.
Él, fue el segundo. Tan solo, el hecho de que los tres que quedábamos, no éramos Mario, lo confirmó.
Hubo un período de tregua, que se adivinaba inestable. Nos parecíamos menos a lo que fuimos. Ya no colaborábamos, cada uno se las arreglaba como podía. No volvimos a pronunciar palabra.
Entonces, le pasó a Gimena. Lucía bien, al menos, lo que estaba a la vista, el resto había desaparecido.
Quedamos Javier y yo, desconfiando, calculando, olvidándonos del lazo que en algún lugar lejano nos unió. Era difícil mantenerse despierto, más aún, salir a procurar el alimento. Nos fuimos quedando echados, aguardando el desenlace casi sin expectativas.
Me desperté ante la sensación de un líquido tibio. Si pudiera borrarlo de mi mente, dejarlo fluir junto con la cordura fuera de mi persona. Quitarme el sabor de la sangre, omitir sus enormes ojos azules, tan abiertos. El espacio se me hizo sofocante, huí.
Me precipité al exterior con el sol en alto, por las calles vacías. Corrí proporcionalmente a las desmedidas cantidades de adrenalina que producía.
Perdí el sentido…
Luces intensas hieren mis ojos, imposibles de cerrar. Del barullo continuo, comienzo a identificar voces humanas. Distingo su sexo, tono y modulación. Alguien se dirige a otro que está muy próximo a mí.
—¡Lo felicito, doctor! Nuestras expectativas fueron, plenamente, colmadas. Estamos muy complacidos. Su experimento ha sido un éxito total.
Isabel Gallo
01.08.2006
ISABEL GALLO (Montevideo, 1961)
Tras pasar su infancia, adolescencia y juventud bajo dictaduras varias, tardíamente y por error, llega a la literatura intentando recuperar el tiempo perdido (con menos fortuna que Proust, obviamente). Realiza estudios en Arquitectura, Letras, Corrección de Estilo y Electricidad. Sus publicaciones caben bajo la pata de una mesa. Para simular que trabaja coordina talleres literarios, colabora en dudosas publicaciones y corrige textos que otros escriben mucho mejor de lo que ella podría soñar.